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miércoles, 14 de octubre de 2020


 

Alucinaciones espontáneas y voluntarias

Ernesto Bozzano

En los incidentes de la vida ordinaria y diurna, todos los recuerdos son constituidos por imágenes atenuadas, más o menos vagas, cuya débil vivacidad no permite distinguir su naturaleza. No obstante, la regla admite numerosas excepciones, y todos los hombres geniales cuya fuerza imaginativa ha logrado crear obras maestras fueron dotados de una intensa visión mental que les permitía percibir interiormente los personajes y ambientes engendrados por un febril trabajo mental en gestación.

Es sabido que los grandes autores románticos, entre ellos Dickens y Balzac, se obsesionaban a veces con la visión de los personajes por ellos idealizados, hasta el punto de verlos delante de sí mismos, como si se trataran de personalidades reales.

Del mismo modo, podemos hablar de los pintores cuyo poder de visualización puede llegar a sustituir los modelos vivos. Brierre de Boismont, en su libro “Las alucinaciones” (págs. 26 y 451), relata el siguiente hecho: “Un pintor que había heredado gran parte de la clientela del célebre artista José Reynolds y que estaba considerado, además, como un retratista superior a éste, me confesó tener tantos encargos que llegó a pintar trescientos retratos, entre grandes y pequeños, durante un año. Tal rendimiento de trabajo nos parece imposible, pero el secreto de la rapidez y del extraordinario éxito del artista consistía en el hecho de que no le fuera necesario más que una “pose del modelo original”.

Wigam cuenta:

“Lo vi pintar yo mismo, ante mis ojos, en menos de ocho horas, el retrato de una persona conocida, y puedo asegurar que el trabajo era tan cuidadosamente hecho como fiel a la similitud. Le pedí aclaración sobre su método: Cuando me presentan un nuevo modelo _ dijo _ lo miro con mucha atención durante media hora al mismo tiempo que, a menudo, fijo un detalle de la fisonomía sobre la pantalla. Media hora de observación me basta para que dispense otras “poses”. Me alejo, entonces, de la pantalla y me ocupo de otro modelo. Cuando vuelvo al primer retrato, pienso en la persona y me siento en el taburete, en donde empiezo a percibirla tan nítidamente como si de hecho estuviese presente. Llego a distinguirle la forma y el color de modo más nítido y más vivaz que lo haría si la persona estuviera allí realmente. A esas alturas, de cuando en cuando, miro la otra, la figura imaginaria; la fijo fácilmente sobre la pantalla y, cuando es necesario, interrumpo el trabajo para observar cuidadosamente el modelo, en la “pose” que se había puesto.

Cada vez que vuelvo a mirar el taburete, allá veo, infaliblemente, mi modelo. No obstante, es de señalar que esta excepcional facultad para objetivar imágenes ha terminado por ser fatal al artista, pues se volvió loco cuando ya no le fue posible distinguir las alucinaciones voluntarias y representativas de algunas personas, de las personas realmente vivas. Como se deduce por los casos de esta naturaleza, y siempre gracias a las nuevas luces proyectadas por las investigaciones metapsíquicas sobre el origen de las alucinaciones, vemos como, en general, todo concurre para demostrar que en las formas alucinatorias, a las que están más o menos sujetos los escritores románticos y artistas, existe algo de objetivo y substancial. Se trata de una inducción que, además, ya resulta más nítida con el análisis de las sugestiones hipnóticas, tal como me propongo demostrar.